A veces, no es fácil que en una casa con niños reine la paz y la
tranquilidad en todo momento. Cualquier pretexto (recoger la habitación,
bañarse y ponerse el pijama, acabar los deberes del cole…) puede servir de
argumento teatral para que nuestros hijos representen una obra llena de drama,
contiendas, despechos y venganzas. Claro está que estoy exagerando un
poco aunque seguro que algunos nos encerraríamos en el baño antes de esperar el
desenlace final. Es más, estamos tan cansados y hartos que ni siquiera queremos
saber cómo termina la historia. Sin embargo, estamos aquí para educar
(aunque no sea tarea fácil, ya lo sabemos), para aprovechar estos conflictos
cotidianos y dar ¨la vuelta a la tortilla¨ transformándolos en
oportunidades de aprendizaje para nuestros hijos y para nosotros mismos.
Como decía, no es fácil, incluso el
detalle más PEQUEÑO consigue sacarnos de nuestras casillas. Soy consciente de
que lo que os voy a contar no tiene importancia, pero precisamente por eso hace
que pierda tan fácilmente los nervios. Se convierte en algo personal. Llevo
más de un año, sí, más de un año, intentando que mi hijo adolescente cierre las
puertas de su armario tras coger la ropa que necesita. “¿Tanto cuesta
cerrar el armario?” Me digo a mí misma. Lo he probado todo. Vaya, lo
normal. Lo he acusado y culpabilizado: “Grrrrr ¡Otra vez, como
siempre, las puertas del armario abiertas! ¡Qué desastre!”. He usado
calificativos de los que no me siento orgullosa. Le he amenazado. Le
he lanzado órdenes. Otras veces le he sermoneado hasta parecer una
plasta. Le he advertido: “Lo sabes, se llenará la ropa de polvo y ya
sabes que tienes alergia, luego no me vengas lloriqueando y moqueando”. He
utilizado comentarios de mártir: “¡No me lo merezco!”. Lo he
comparado con su primo: “¡Es tan ordenado!”. Hasta he probado con el
sarcasmo. Y no sigo. Esta batalla de resistencia la está ganando él. ¿Creéis
que he conseguido que cierre las puertas del armario?
Por un momento, pensemos en todos los sentimientos negativos que podemos
provocar en nuestros hijos cuando actuamos así: “¡No le importo!, le
importa más el armario que yo”, “¿Soy un desastre? Ahora sí que pienso ser un
desastre de veras”, “¡Mi madre es una plasta, la odio!”, “Pues sí, cuando sea
mayor viviré en una pocilga como me dice, ¡no me importa!”. Difícilmente
lograremos un mejor comportamiento haciendo que se sientan mal. Estamos tan
acostumbrados a exigir que hemos olvidado simplemente pedir.
La semana pasada cayó en mis manos un libro “Cómo hablar
para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen”
donde se explica algunos recursos para obtener cooperación. Desde luego, no
todos dan resultado para todas las situaciones y/o para todos los niños. Cada
uno de nuestros hijos tiene su personalidad. Aunque si existe coherencia entre
lo que decimos, hacemos y la emoción desde donde les hablamos pueden funcionar.
Os animo a probar. Quiero decir que no tendría sentido utilizarlos si nuestro
lenguaje corporal o tono de voz no es acorde con lo que les estamos diciendo.
¡Qué importante es la INTENCIÓN que ponemos en las cosas! Siempre queda al
descubierto.
Estas habilidades son las siguientes.
DESCRIBIR LO QUE VEMOS. SIN JUICIO. SIN VERTER NUESTRA
OPINIÓN. HACERLO DE MANERA NEUTRA. Las veces que le he hecho saber a mi
hijo que su habitación “parece desordenada” con las puertas del armario
abiertas nos hemos enzarzado en una discusión sin fin. ¿Sabéis? Para mi hijo no
es un problema de desorden. Por ejemplo, en lugar de decir, “Eres un
desordenado” (ataco a su persona, va a SU SER) probar con “Hay papeles
en el suelo de tu habitación” (luego podrá llegar la petición).
DAR INFORMACIÓN. Si nuestro hijo deja la toalla mojada
encima de la cama al salir de la ducha podemos decirle. “La ropa húmeda coge
olor desagradable aunque esté limpia, por eso las toallas han de extenderse”.
(Luego podrá llegar la petición).
Con estas descripciones y ofreciendo información (NEUTRA) les damos tiempo
y opción para que ellos sepan y decidan qué pueden hacer (les
responsabilizamos), aunque también podemos HACER UNA PETICIÓN CONCRETA: “¿Puedes
recogerlos y tirarlos a la papelera?”, “¿Puedes extender las toallas donde ya
sabes?”, “¿Necesitas algo para hacerlo?”. (Recordad que esta petición ha de
ser positiva, específica, explicando qué es lo que realmente queremos que
hagan).
·
DECIRLO CON UNA PALABRA. Menos es más.
Nuestros hijos no soportan nuestros sermones. No les interesan nada de nada. “¡La
toalla, por favor!”.
·
HABLAR DE TUS SENTIMIENTOS sin culpabilizar ni
personalizar. “No me gusta ver las puertas del armario abiertas”. Aunque
puede que a él tampoco le guste oír esto (pues no es la primera vez que se lo
dices) no puede molestarse pues no es nada personal. Expresas simplemente tus
sentimientos.
·
Aquí me gustaría aportar lo útil que es EXPRESAR a continuación TU
NECESIDAD INSATISFECHA (M. Rosenberg), sin juzgar ni culpabilizar: “Necesito
orden para sentir calma”. Cuando nos enfrentamos a una situación que nos
disgusta siempre hay una necesidad que no está siendo satisfecha. Cada cual
verá cuál es: necesidad de orden, de reconocimiento, de respeto… Si has
expresado tus sentimientos y tu necesidad insatisfecha de una forma neutra, sin
culpabilizar, sin juzgar, sin poner el foco de tus males en el comportamiento
del otro como causa de todo lo que te está pasando, es más fácil que tu hijo atienda
luego tu petición y se vuelva más colaborativo. ¡Aunque no siempre sea a la
primera!
· ESCRIBIR UNA NOTA. Este último recurso es el que he
utilizado para “mi problema”.
Además, teniendo en cuenta que mi hijo tiene mucho sentido del humor… ¡Ha
funcionado!
“Lucas, por favor, no olvides cerrar mis puertas, tengo corriente de aire y
me resfrío.
¡Muchas gracias, chaval! ¡Nos vemos!”
Firmado:
Tu Armario.
PD: “Por cierto, esta camisa te queda guay”
Lo importante de esta forma de comunicarnos es que, en todo momento,
cuidamos la relación con nuestros hijos. No deteriorar la relación es
lo principal.