Después de tantos años viviendo en sociedad, he llegado a la conclusión que de las cosas más importantes y básicas en esta vida… y en todas las que ustedes quieran vivir… dependen únicamente de la educación (¡Oh, gracias bendita Calíope por tu inspiración). Por ello, he creado este blog.

Pero si de aportar soluciones se trata, no esperen milagros, que todo en esta vida requiere esfuerzo. Este blog me servirá de agenda, recordatorio y reflejo de lo que puede valer la pena trasmitir y comunicar. También, no nos engañemos, poder desparramar a mi aire, que para eso soy el autor.

Quizá se hayan fijado en el título: Piratas y corsarios en la educación. Si les gusta un poquito la historia o son un mínimo de curiosos, ya sabrán la diferencia entre unos y otros. ¿Quiénes son aquellos que, a costa de la educación, se lucran y roban pensando en sus intereses? ¿Quiénes son aquellos que lo hacen incluso dentro del mismo sistema educativo? ¿Quiénes son aquellos que manipulan el sistema en contra de todo sentido común? Algunos se hacen llamar profesores, otros directores, otros políticos y los peores, la misma sociedad (nosotros)... por permitirles todo esto.






jueves, 22 de octubre de 2015

La obsesión por educar niños triunfadores

A principios de este año salió el presente artículo que considero tan cierto como estremecedor y tan verdadero como asqueroso. Personalmente no me dice nada nuevo que no supiera ya, pero siempre te hace sentir un estremecimiento escuchar o leer esta clase de cosas.
¿Dónde cruzamos esa línea que es la preocupación por la educación de nuestros hijos, con la de nuestro propio egoísmo? ¿pensamos que realmente estamos haciendo lo mejor por nuestros hijos o por nosotros mismos? No cabe duda de que el tema es algo más complejo, pero desde luego no constituye un avance en la sociedad, sino una dificultad.
Un ejemplo que me viene a la cabeza, si realizáramos una lista en vertical de la clase política (con nombre y apellidos), y pusiéramos una columna al lado el nombre, del colegio o universidad (en el menor de los casos, ya que son pocos los que tienen estudios superiores) en la que han estudiado, nos sorprenderíamos de las “coincidencias” en una GRAN mayoría de los casos. Como a veces digo, la mierda siempre baja por la misma cañería.
 
Deleitaros con la lectura y si tenéis algo de tiempo entreteneros con este enlace ¡¡TACHAN!!

 
Victoria lleva a su hija de dos años a uno de los colegios más prestigiosos de España. Está en una urbanización de las afueras de Madrid, a una hora larga de camino de su casa y hace ese trayecto cada día desde que la niña era solo un bebé de meses. Madrugones, atascos y encaje de bolillos organizativo para que pase allí escasamente cuatro horas. En ese centro de estudios ofrecen desde los cero años un programa de enseñanza en inglés e introducción al chino mandarín. Y también hacen, claro, lo que en cualquier otro: dibujan, juegan, cantan, practican deporte, aprenden las formas y los colores... "La formación comienza desde la cuna. Hay que aprovechar esa capacidad asombrosa de aprendizaje y, cuanto antes empiecen, más preparados estarán. Su futuro depende de ello", opina Victoria mientras hace cuentas de memoria: la inscripción y la matrícula aproximadamente 500 euros, y después, una factura mensual de algo más de esa cantidad. No es millonaria, pero tanto ella como su marido ocupan puestos de trabajo bien remunerados y desde antes de ser padres dejaron claro que querían invertir en el futuro de su descendencia. "Por eso decidimos tener solo una, para no escatimar en gastos, sobre todo educativos".

Aseguran los expertos que la obsesión por la educación y la competitividad se exacerba en tiempos de crisis. El sociólogo alemán Berthold Vogel reflexiona sobre esta creciente tendencia en su libro 'El ocaso de la clase media'. La precariedad del bienestar: "Estamos ante padres que intentan combatir sus propias carencias formativas con un exceso de celo. Se sienten vulnerables ante el paro y agobiados por el futuro. El temor a que sus hijos no consigan alcanzar su propio nivel de vida les lleva a ofrecerles una agenda formativa perfecta y a contagiarles su afán competitivo".

La obsesión por la escuela infantil de sus hijos es tal que está impulsando, entre los más adinerados, un nuevo negocio: el de las agencias de asesoría para diseñar los perfiles escolares de niños de pocos años, o incluso de meses. En España no se ha definido (aún), pero en ciudades como Londres o Nueva York, donde la llegada de nuevos multimillonarios procedentes de Asia, América, Oriente Medio o Rusia han desestabilizado más todavía el débil equilibrio entre oferta y demanda, los diseñadores de futuro se cotizan al alza. Empresas como Bonas MacFarlane (perteneciente a la familia de Cressida Bonas, que fue durante años la novia del príncipe Harry de Inglaterra), Holland Park Tuition & Education Consultants o Educate Private cobran miles de libras por asesorar a sus clientes, optimizar al máximo sus posibilidades de ser admitidos en el centro educativo deseado y trazar con tiralíneas su camino hacia un futuro de éxito.

Una madre de Notting Hill, uno de los barrios londinenses más cotizados, lo relata así en su blog: "Me di cuenta de lo competitivo que era ese mundo cuando otros padres me contaban que llamaban a la guardería una vez al mes e incluso les mandaban regalos, tarjetas, fotos de sus hijos, galletas... Tienes que visitarles continuamente y decirles lo mucho que te gusta el centro y dejar caer nombres de posibles influencias o de otros padres con niños matriculados". Ese es el juego en el que hay que participar si quieres que tus hijos entren en Acorn, Minors Nursery, Strawberry Fields, Ladbroke Square Montessori o Miss Daisy's y, que de este modo, compartan pupitre con príncipes, vástagos de magnates, de miembros de la nobleza, políticos y altos directivos de la City. Un pase VIP para los mejores colegios y las universidades internacionales donde se forman las élites y una garantía para no ser jamás un don nadie, ya que estas instituciones académicas cuentan con una sólida red de antiguos alumnos que llenarán las páginas de una agenda muy valiosa. Tal vez los niños sacarán provecho en el futuro a estos compañeros del presente, pero tanto esfuerzo no es solo por los chavales: mientras ellos pintan con los dedos ajenos a preocupaciones sobre su porvenir, en las reuniones del colegio, festivales, cumpleaños y hasta en las gradas durante los eventos deportivos, los padres tejen las redes de sus propios 'business' y acechan en busca de contactos políticos, inversores para sus proyectos o clientes de sus negocios... Todos ganan.

La misma neurosis competitiva ha invadido la Gran Manzana. En un mundo dominado por la cultura del éxito, entrar en preescolar es más difícil que ser admitido en Harvard. Esa es, precisamente, la premisa de 'Nursery University', un documental que sigue a seis familias de diferentes ámbitos sociales en su viaje para encontrar plaza en una escuela infantil. En él se ve a una madre a la que el mundo se le viene abajo cuando recibe una carta de rechazo de su guardería favorita, a padres rompiéndose la cabeza para rellenar formularios de solicitud que demuestren la brillantez de sus bebés, pruebas de inteligencia a personitas que todavía usan pañales, parejas que ya vislumbran cómo será el primer año de sus bebés en la universidad de Yale... 
En Nueva York, como en España, la mayoría de los colegios infantiles más caros y prestigiosos forma parte de centros que tienen también educación primaria y secundaria, y donde los estudiantes pueden permanecer hasta que vayan a la Universidad. "Las vacantes son raras, así que si a los tres años estás dentro, estás dentro. Si no, te quedas fuera", explica uno de los asesores más reputados de Manhattan. Y cotizados: su empresa, Aristotle Circle, cobra 400 dólares por 45 minutos de observaciones y consejos. Emily Shapiro, que se presenta a sí misma como 'coach' de admisiones en preescolar, ofrece diversos servicios según las necesidades del cliente. Hablará por teléfono con los padres por 150 dólares la hora o en persona por 250. También imparte talleres y charlas en grupos pequeños por 400. Puede parecer mucho, pero es solo un grano de arena en el cómputo general. En los mejores parvularios de Nueva York la tarifa no baja de los 25.000 dólares anuales, solo por las mañanas, y las más selectas llegan hasta los 40.000. Echen cuentas de lo que supondrá la factura escolar antes incluso de alcanzar la edad de la escuela primaria.

Victoria asiente con la cabeza al escuchar las cifras. "En España los precios no son tan altos, pero si lo fueran y pudiera pagarlo, lo haría. No hay nada mejor en lo que gastar el dinero que en educación. Esa es nuestra opinión". Y, de paso, iniciar una buena red de contactos... ¿Tan importantes son? "Sí, claro. Quien diga que no, no vive en este mundo".
En las reuniones, festivales y eventos del colegio los padres tejen las redes sociales de sus propios 'business' y acechan en busca de contactos.

En España los centros más reputados son: Montessori, Montserrat, San Patricio, Colegio Base, Liceo Europeo, Montfort, Centros Sek, King's College, American School... y otros (todos en la lista de los 100 mejores colegios de El Mundo y en la Guía de los Mejores Colegios auspiciada por Infoempleo) ofrecen en su menú educativo idiomas, tecnología, ordenadores y pizarras digitales como herramientas de trabajo cotidiano, con software educativo específico para diversas materias... Pero la calidad de la formación es solo uno de los objetivos de los padres que pretenden dar a sus hijos una ventaja que los haga destacar entre el resto y tener el máximo de opciones para triunfar. Hay otro que es igual de importante: los contactos. En algunos de estos colegios el niño jugará y pronunciará sus primeros balbuceos en alemán, inglés, francés o mandarín junto a nietos de baronesas y de duquesas, parientes cercanos del Rey o futbolistas cotizadísimos, ministros, presidentes, empresarios de postín, actores y artistas...
Por todo ello, encontrar plaza en esos reputados centros es difícil. En los concertados, cada año se desatan las mismas batallas de puntos, requisitos y opciones. Y en los de adscripción privada, la competencia también es feroz porque hay poca oferta para una demanda creciente (a pesar de que las tarifas, en general, se sitúen entre los 5.000 y los 20.000 euros anuales, extras aparte). "El prestigio de un centro suele ir unido a su exigencia en los procesos de selección y, por lo general, cuanto más complicado es el acceso, mayor es el número de estudiantes que desean una plaza", señalan los expertos que han elaborado la 'Guía de los mejores colegios de España'. Aunque algunos de los más elitistas no tienen educación infantil (de tres a seis años), sí suelen contar con acuerdos o preferencia por los niños procedentes de determinados centros, así que las listas de espera son largas.

La educación obligatoria no comienza hasta los seis años, pero raro es el padre que alarga el ingreso de sus hijos en la vida escolar más allá de los tres. "Si no, olvídate de tener plaza en el colegio que quieres y, aun así, a esa edad muchas veces ya es demasiado tarde, por eso muchos van a la guardería para asegurarse el puesto", explica Victoria. Y no es que el parvulario sea tan crucial para su formación, pero "un aspecto interesante, que no siempre se toma en consideración, es la relación del colegio con universidades o centros de formación superior. Este tipo de convenios puede significar que el ideario del centro tiene su prolongación en una universidad y que sus estudiantes gozarán de prioridad en el acceso", aclara la mencionada guía. Y ese es, efectivamente, uno de los argumentos que esgrimen las escuelas infantiles y que los padres persiguen. "El cien por cien de los alumnos que terminan nuestro ciclo educativo consigue una plaza en la universidad deseada", dice la presentación de un cole en su web.
 

Viveros de poder
Los lazos entre centros infantiles, de educación secundaria y universidades cobran todavía mayor relevancia en función de los resultados del estudio 'Investigando a los ricos y poderosos del mundo'. Su autor, Jonathan Wai, científico y experto en temas relacionados con el desarrollo del talento intelectual y creativo, ha buceado en el recorrido académico de 4.000 multimillonarios, profesionales con voz en el Foro Económico de Davos, y los directivos y empresarios más poderosos según 'Forbes', para concluir que la mayoría de ellos tuvieron una educación de élite. Podría ser que el poder del 'networking', del prestigio del nombre y la calidad de la educación, asociados a las universidades, alzara a esas personas a posiciones de influencia, argumenta el estudio. O también que los más inteligentes y capacitados terminen asistiendo a escuelas de élite debido a sus altas calificaciones y otros indicadores académicos, y la educación de élite no importe tanto como las aptitudes personales. "Probablemente, como en la mayoría de las cosas, sea una combinación de todos estos factores, en diferente medida para distintas personas", concluye el autor.

 

jueves, 8 de octubre de 2015

Llegan los 'padres helicóptero'

Si usted se empeña en acompañar a su hijo a una entrevista de trabajo o rellenar por él la solicitud de ingreso en la universidad, es, le guste o no, un padre helicóptero. Así se conoce a los progenitores hiperprotectores que sobrevuelan sin cesar sobre la vida de sus hijos, pendientes a todas horas de sus necesidades, de sus deseos y de su futuro.
El término es muy popular en EEUU -donde uno de cada 10 estudiantes tiene este tipo de padres- y desde hace poco comienza a oírse también en España. El fenómeno se está expandiendo en nuestro país debido, en buena medida, a la inseguridad que ha instalado la crisis en las familias tras una década de crecimiento económico por la llegada de un mundo indefinido cuyas reglas nadie acaba de entender del todo bien.
Según un estudio publicado recientemente en el National Bureau of Economic Research por los economistas Fabrizio Zilibotti y Matthias Doepke, la desigualdad y la crisis económica cambian los métodos educativos y hacen a los padres menos permisivos y más controladores.
El trabajo -que llega cuando el economista del momento, Thomas Piketty (hoy en Madrid), ha puesto de moda el debate sobre la desigualdad- ha sido muy comentado en el mundo académico porque defiende que la elección del modo en que se educa a los hijos está influenciado por incentivos económicos. Los padres deciden si utilizan un estilo autoritario, persuasivo o permisivo en función de los costes y beneficios que les reporta cada uno. En los años 60 y 70, por ejemplo, se llevaba ser permisivo, entre otras cosas porque los trabajadores poco cualificados ganaban casi tanto como los cualificados y los padres podían permitirse fomentar la imaginación y la independencia de los niños frente a otros valores, como el trabajo puro y duro.
"Los últimos 30 años, por el contrario, se han caracterizado por una creciente desigualdad que se ha visto acompañada por el aumento de los rendimientos asociados a la educación. Los niños que no logran completar su educación ya no pueden aspirar a una vida de clase media y, en consecuencia, los padres han redoblado sus esfuerzos para asegurar el éxito de sus hijos", explica a EL MUNDO Fabrizio Zilibotti, catedrático de Macroeconomía y Economía Política de la Universidad de Zurich.
La crisis y la desigualdad económica hacen a los padres más controladores con sus hijos
"Esto no quiere decir que haya vuelto a estar de moda el estilo autoritario con castigos corporales", precisa Zilibotti, que acaba de ser elegido presidente de la Asociación Económica Europea. "Al contrario, los padres utilizan cada vez más estilos educativos persuasivos con los que impulsar a los hijos a elegir trabajar más y pensar más en su futuro".
Los modelos autoritario y persuasivo tienen costes en términos de tiempo, esfuerzo y preocupación, pero son rentables porque el hijo responde, en el sentido de que hace más lo que se espera de él.
El español Antonio Cabrales, catedrático de Economía de la University College London, opina que "la virtud del estudio es que nos explica que los padres que escogen un modelo u otro no están necesariamente equivocados, sino que simplemente reaccionan de manera óptima a sus circunstancias".
"Esto sugiere que los jóvenes que están a punto de ser padres, y que se dan cuenta de los diferenciales de tasas de paro entre los que tienen sólo la ESO y los que han ido a la Universidad, sean más exigentes con sus hijos a la hora de vigilar sus estudios", añade Cabrales.
El trabajo apunta que los estilos educativos que están más encima de los hijos se asocian a las regiones con una mayor desigualdad económica y los más relajados, a lugares -como los países escandinavos- con menor desigualdad.
¿Y en España qué ha ocurrido? ¿La situación económica influye para que los padres sean más controladores? "Mi impresión es que sí. En España veníamos de la dictadura y la gente que tuvo hijos inmediatamente después les dio una educación muy permisiva, en parte, como respuesta al régimen. En los años más recientes, esto ha ido cambiando. Las familias tienen menos niños y más implicación en cada uno de ellos. Subsistir no es la obsesión básica y se abren a nuevas preocupaciones. Ahora, el futuro de los hijos es lo que adquiere importancia. La educación es una preocupación social de la que se habla en la calle", responde Antonio Villar, catedrático de Economía de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla e investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie).
Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, no tiene tan claro que la economía condicione el modelo educativo escogido por los padres tanto como dicen Zilibotti y Doepke, pero sí cree que "lo que está haciendo la crisis es que la gente se dé cuenta de que se necesita más la educación".
Durante las vacas gordas, no necesariamente había que estudiar para encontrar un empleo bien remunerado. Chicos que colgaron los libros a los 15 años encontraban trabajo en la construcción ganando más que un licenciado. Pero ahora los padres son conscientes de que esas matrículas de honor, ese máster, esas prácticas sin remunerar en una firma de renombre son las que van a diferenciar a su hijo de entre los 2,2 millones de jóvenes menores de 34 años que están en paro.
 
De ahí que muchas familias opten por modelos educativos más tradicionales frente a proyectos pedagógicos más innovadores. Según la Encuesta Mundial de Valores, el 63% de los españoles apuesta por que sus hijos trabajen duro, frente a otros valores como la independencia y la imaginación, que son más ensalzados en la media de los países de la OCDE, pero aquí no.
"La exigencia no siempre es bien trasladada y, en vez de acompañarles, les sustituye"
De ahí el auge de los rankings sobre los mejores colegios, las mejores universidades y las carreras más demandadas, que son consultados de forma un tanto obsesiva. Las familias sienten que ya no pueden permitirse el lujo de que el hijo estudie Filología Eslava, por mucho que le guste.
"Vivimos en una sociedad cada vez más competitiva, que cada día exige más a nuestros hijos: más conocimientos, habilidades, mejores resultados... Y, al final, esta mayor exigencia es asumida por los padres y no siempre bien trasladada a nuestros hijos: queremos que lleguen a su futuro con la mochila lo más llena posible y tratando de eliminar cualquier obstáculo, error personal o intelectual que se interponga en su camino", señala el pedagogo Jerónimo García Ugarte, colaborador del portal educativo Superpadres.com.
La crisis ha aumentado la preocupación por el futuro y ha disparado el miedo de los padres a que sus hijos se equivoquen "y a que no sean capaces de alcanzar por sí solos todas esas exigencias que pensamos que la sociedad les demanda", añade. Por eso, "intentan sustituirles, en vez de acompañarles en su proceso de maduración".
El filósofo José Antonio Marina está de acuerdo: "Estamos en una cultura del miedo. Hay un sentimiento de precariedad y provisionalidad y una reacción, que es la sobreprotección, el pensar que el niño no va a saber desenvolverse".
Por eso, hay cada vez más padres helicóptero, padres apisonadora (que allanan el camino para que su hijo no tenga dificultades) y padres guardaespaldas (que se convierten en la sombra de sus hijos para que nada ni nadie pueda dañarles). Lo hacen con buena intención y con mucho cariño, pero, en ese afán por controlarlo todo, acaban anulando la independencia y la autonomía de los críos. Según los expertos, éste es "uno de los mayores errores en la educación de los hijos".
"Los niños con padres sobreprotectores desarrollan menos competencias emocionales y a la larga son más inseguros", advierte la psicóloga Silvia Álava, autora del libro Queremos hijos felices.
Javier Urra, ex defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, constata que el fenómeno de la hiperprotección va en aumento. "Los padres están para ayudar a caminar a los hijos, no para vivir por ellos. Doy clases en la Universidad y he visto a un padre ir con su hijo, de segundo curso de carrera, a entregar la solicitud de ingreso. 'Es por echar una mano', se justificaba el padre. Pero está haciendo a su hijo incapaz. Si un chico, a esa edad, no sabe gestionar su matrícula, no debería estar en la Universidad".
 

De la mano a la entrevista

Una directora de Recursos Humanos entrevista a un chico que aspira a un trabajo. Al día siguiente, el padre del entrevistado le telefonea para preguntarle qué tal ha ido. Ella le responde: "¿No cree que esta llamada que acaba de hacer es tan contraproducente que sólo por eso no voy a contratar a su hijo?".
La historia (real y reciente) la cuenta el filósofo José Antonio Marina, pero cualquier educador, psicólogo o persona que trabaje con jóvenes puede contar ejemplos parecidos de padres helicóptero. La psicóloga Silvia Álava constata que hay progenitores que acompañan a sus hijos a entrevistas de trabajo y que incluso quieren estar presentes durante el momento en que se realiza la prueba. "Yo he regañado a un padre porque acompañó a su hijo a una entrevista. Al chico no le van a coger en la vida, porque da la imagen de que no está capacitado. Incluso sé de padres que admiten que cada día llevan a sus hijos en coche al lugar en el que éstos trabajan".
Álava sabe más casos de padres helicóptero. Recuerda que, cuando daba clase en la Universidad Autónoma de Madrid, se encontraba con progenitores que acudían a entrevistarse con el profesor para revisar exámenes que habían realizado sus hijos y que no habían obtenido la nota esperada.
"Vas a cualquier universidad madrileña el día en que tiene lugar la Prueba de Acceso a la Universidad y no veas la cantidad de padres que hay comiendo con sus hijos. En mi época, cuando era la Selectividad, no había ningún padre y los que la hacíamos comíamos con los amigos. El año pasado pasé por la Universidad Complutense y vi cómo los padres llevaban a los chicos a hacer el examen".
¿Y no les da vergüenza a esos jóvenes, muchos de ellos ya mayores de edad, el hecho de ser vistos en público junto a sus progenitores? "Es un perfil de chicos sobreprotegidos", responde Álava. "No se sienten seguros ni se sienten autónomos. No han desarrollado competencias de seguridad y muchas veces son ellos mismos los que les dicen a sus padres: 'No me dejes solo, no me dejes'. Pero hay que dejarles que vuelen".
"Ahora que ha terminado el primer trimestre y vienen las notas, muchos padres hacen lo posible y lo imposible para que sus hijos aprueben, aunque no hayan estudiado. Hasta llegan a justificar ante los profesores, mintiendo delante de los hijos, el que no hayan trabajado lo suficiente. Dicen incluso que han estado malos...", cuenta el pedagogo Jerónimo García Ugarte, profesor desde hace muchos años en un colegio de la zona norte de Madrid.
"Yo les preguntaría a estos padres: '¿Qué es mejor? ¿Que su hijo de nueve años apruebe el trimestre de Matemáticas o Lengua o que aprenda que no cumplir con sus responsabilidades tiene unas determinadas consecuencias?' Al final, la sobreprotección tiene mucho que ver con el modo en que miramos la educación de nuestros hijos. Si miramos solamente a corto plazo, a lo que es mejor para ellos hoy, nos acercamos más a esa sobreprotección. En cambio, si miramos más allá, a lo que será mejor para ellos el día de mañana, cuando tengan que tomar definitivamente las riendas de su futuro, estaremos más cerca de ser cada día mejores padres", reflexiona García Ugarte.
La psicóloga Margarita Montes Arribas reconoce que en su consulta se encuentra a menudo con "situaciones verdaderamente llamativas": "Abuelas que insisten en venir y contar ellas de primera mano lo que realmente le pasa a su nieto". "¡La cara que ponen las pobres cuando pido que, de momento, entren únicamente los padres!", exclama.
¿Algún caso especialmente llamativo? El de un ejecutivo de 35 años que pidió una primera cita con Montes. Hacía casi un año que lo había dejado con su novia y él seguía sintiéndose muy triste. Le contó a la terapeuta que sus padres, que vivían en Lugo, insistían en acudir a la sesión. Incluso localizaron el teléfono de la psicóloga y la llamaron. Ella accedió a darles cita a todos. "Pero, en vez de entrar en una infinita discusión sobre la conveniencia de sobreproteger o no a los hijos, pedí a los padres que se quedaran en la sala de espera. Cinco minutos antes de que terminara la sesión, les hice pasar y de forma cariñosa les felicité por el hijo tan estupendo que habían educado. También les agradecí su inestimable apoyo aguardando en la sala de espera, porque el hijo sabía que les tenía cerca. Les hice saber que podía ser útil si querían volver, a la sala de espera, en las siguientes sesiones".
"En cada momento del crecimiento de la persona, ésta debe pelear por sus propias batallas.Debemos darnos cuenta de que no ayudamos a nuestros hijos dándoles la solución, sino prestándoles el apoyo desde fuera. Si en la adolescencia los chicos no toman decisiones, nunca tomarán la iniciativa y esto producirá disfunciones sociales tremendas en todos los niveles", concluye José Antonio Marina.

martes, 6 de octubre de 2015

El debate de los deberes

Este artículo que me he encontrado me llamó la atención por algunas razones y comentaba o exponía alguna de las dudas que tenía sobre el Winston Churchill, una concretamente es el porqué les tienen que poner una película comercial cualquiera en horario de clase ¿tiene algún sentido didáctico? ¿viene en el programa educativo? ¿Cómo es que hasta el momento no he escuchado a ningún padre quejarse? ¿paga el colegio derechos de proyección? ¿pondrán "Marcelino pan y vino"?
 
 
 
El pasado 23 de septiembre, la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos se pronunció sin ningún tipo de ambigüedad sobre los deberes escolares: quieren que “los alumnos no tengan deberes fuera de su horario escolar”. Entramos en ese debate de la mano de nuestras expertas Eva Bach, Catherine L’Ecuyer y Heike Freire.
 
 

Postura de la CEAPA

El presidente de la CEAPA, Jesús Salido, señalaba para
El País: “Hemos recibido cientos de quejas de familias que nos muestran su desacuerdo de cómo la jornada escolar se está trasladando a los domicilios”. Según sus datos, entre la jornada escolar y los deberes, los estudiantes tienen una jornada “de trabajo” de 60 horas semanales. “¿Algún adulto lo admitiría? ¿Sus docentes aguantan 60 horas de trabajo?”, se ha preguntado el portavoz. La CEAPA subraya que los deberes generan desigualdad entre los estudiantes cuyas familias pueden ayudar en las tareas o costearse clases de refuerzo y los que no pueden hacerlo.

En España, se dedican unas 6,5 horas semanales a los deberes, mientras que la media de la OCDE es de 4,8 horas.

La posición de la CEAPA no es nueva:
Ya en 2013 la plataforma de las asociaciones de padres y madres subrayaba que “los deberes representan en gran medida un fracaso del sistema educativo, que tiene que sobrecargar a niños y niñas de tareas que deberían haber trabajado en la escuela”, recordaba que estas tareas “Crean tensiones entre padres y madres e hijos e hijas” y reivindicaba que “los menores necesitan tiempo para realizar actividades deportivas, culturales o de esparcimiento, que también contribuyen a su desarrollo personal”.

Hemos pedido su opinión a Eva Bach, Heike Freire y Catherine L’Ecuyer, expertas en divulgación e innovación educativa.

Eva Bach: “El deber y el derecho más importante de un niño es ser niño”

Eva Bach, pedagoga y formadora de padres, madres y profesores, ha repetido en las dos ediciones de Gestionando Hijos: hablando sobre
cómo hacer equipo con los profesores y regalándonos una visión amable sobre la adolescencia, nos recuerda: “Tendría que haber muy pocos deberes, muchos menos de los que hay, y de otro estilo. El niño/a aprende cuando se maravilla por algo que observa, descubre o experimenta en contacto directo con el mundo real, a través del juego y la relación con los otros, con la naturaleza, con lo que va sucediendo a su alrededor y en su vida cotidiana. La escuela a veces los sumerge en unas rutinas y unos planteamientos meramente académicos que los desconectan de la vida real y de sus verdaderas necesidades. Los deberes son muchas veces una prolongación de la escuela en casa y siguen perpetuando dicha desconexión. Si los hay, tienen que fomentar la observación, la interacción y el diálogo con la vida real, con los padres y consigo mismos. Me parecen positivos y tienen sentido, incluso neurológicamente, cuando sirven para habituarse a un rato de trabajo personal y ayudan a retomar, consolidar e integrar lo aprendido. Pero los considero negativos cuando su función es la de tener a los niños ocupados o prepararlos para producir y trabajar sin parar, en lugar de para vivir y saborear la vida”. Eva subraya que “el deber y el derecho más importante de un niño es ser niño y con tantos deberes y obligaciones escolares y extraescolares no les dejamos serlo”.

Catherine L’Ecuyer: “Hay que ir a las causas. ¿Por qué las horas de colegio no cunden? ¿Cuál es el problema?”

Catherine L’Ecuyer, autora de los superventas
Educar en el asombro y Educar en la realidad y que nos cautivó en la primera edición de Gestionando Hijos, nos indica: “Me parece estupendo que se pida un debate sobre los deberes, pero creo que ya puestos a debatir, hay que hacerlo en profundidad, yendo a las causas que originan esa situación. Ese debate ha de ir acompañado de un cuestionamiento sobre ciertas prácticas que se llevan a cabo en demasiados centros, como por ejemplo el consumo de películas comerciales. ¿Cómo puede ser que los niños vean películas comerciales en horas lectivas, y luego traigan 2 horas de deberes a casa? Hay que ir a las causas. ¿Por qué las horas de colegio no cunden? ¿Cuál es el problema? Hemos de celebrar la iniciativa de la CEAPA como una oportunidad para identificar y atender otros problemas. Me anticipo y diría que la falta de atención es uno de los factores que impide interiorizar los aprendizajes en el tiempo previsto en el colegio. Las nuevas tecnologías han mermado la atención de nuestros alumnos y el tiempo que se dedica al estudio (tanto en el colegio como en casa) no cunde. Por eso, lo que antes se hacía en 2 horas, ahora requiere 4 o 5.”  

Heike Freire: “Es una gran oportunidad para los niños que la CEAPA haya destapado este asunto. La eficacia de los deberes está lejos de ser demostrada”

Heike Freire, experta en innovación educativa, que impartió
un taller sobre autonomía en nuestro encuentro en Barcelona y que estará presente en nuestro encuentro en Madrid en diciembre , ha escrito mucho sobre este tema y se congratula de la postura de la CEAPA: “Es una gran oportunidad para los niños que la CEAPA haya destapado este asunto”, nos dice. En la reseña del libro El mito de los deberes publicado en la revista Cuadernos de Pedagogía, Heike cuenta que en una “reunión, cuyo objetivo es conocer y debatir sobre los temas que más preocupan a los niños y niñas de hoy, los deberes aparecen como uno de los más controvertidos”. Los niños y niñas formulaban estas propuestas: “la más radical: “eliminarlos (aunque sea aumentando las horas de clase)”, pero también, “hacerlos más divertidos, dar menor cantidad, que los profes se coordinen mejor entre materias, suprimirlos durante el verano”… La experta en innovación educativa señala que “Alfie Kohn, experto en educación reconocido internacionalmente, confirma que, en los últimos 30 años, la cantidad de deberes que los profesores mandan a sus alumnos ha aumentado significativamente; además, la tendencia es a ponerlos, cada vez, a niños más pequeños” y subraya que “su eficacia para mejorar el rendimiento académico y promover valores como la autodisciplina, está lejos de ser demostrada”. De hecho, en el libro Hiperactividad y déficit de atención, la experta afirma algo con lo que seguro muchos de nosotros y nosotras nos sentimos identificados, los deberes provocan desmotivación: “La hora de las tareas escolares se convierte a menudo para los progenitores en una batalla campal con niños y niñas desmotivados, que prefieren dejarlos siempre «para después»; y muchos padres confiesan que son ellos quienes acaban haciéndolos…”. Heike insiste: “existen investigaciones que los relacionan con el estrés, una baja autoestima y el fracaso escolar”.



Aun así, “la mayoría de las familias y profesionales parecen convencidos de que son una garantía del éxito escolar y desconfían de los profesores que no mandan ninguno o muy pocos”. De hecho, en su reseña ya citada, Heike manifiesta que

“Más del 80 % de los padres y madres dan prioridad a los deberes a la hora de planificar el tiempo libre de sus hijos e hijas, mientras el juego y la actividad espontánea se consideran importantes solo en el 9 % de los casos”.

Heike critica la preocupación por “una futura competitividad entre las naciones cuya máxima expresión, en la actualidad, son los rankings de las pruebas de evaluación internacionales”, que, considera, están detrás de la sobrecarga de deberes.

Como conclusión, indica Heike, “en vez de apoyarnos sobre nuestra propia reflexión y vivencias, o en la experiencia y los hallazgos científicos, tendemos a repetir las formas y rituales con los que hemos crecido, cuando niñas. Y en nuestro afán de pertenecer, sellamos una especie de alianza, un pacto de silencio por el que estamos dispuestas a afirmar, como en el famoso cuento de Andersen, que el emperador lleva un espléndido traje, cuando en realidad va desnudo…”
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Frases prohibidas: “Con lo que yo me sacrifico por ti…”

 
Hablamos de la idea que a veces dejamos entrever a nuestros hijos: que no nos tratan bien después de todo lo que hacemos por ellos.
Macarena lleva un día muy complicado. Como todos los días, se ha levantado antes de las seis para entrar en su oficina a las siete de la mañana y, tras ocho horas frenéticas de trabajo, llegar a tiempo a buscar a sus hijas Alicia y Carmen al colegio a las cuatro de la tarde. Desde que es madre, decidió reorganizar su jornada laboral, que antes solía acabar a las ocho de la tarde, aunque su carga de trabajo no se ha reducido, así que muchas veces sale del trabajo con la amarga sensación de no haber terminado todas las tareas que había planeado realizar en el día o de haber estado corriendo como una loca. Luego tiene que seguir corriendo para no perder el metro, el tren y llegar a tiempo a la meta, el cole de sus hijas Alicia, de ocho años, y Carmen, de cinco. Encima, esa noche no ha dormido bien porque Carmen no podía respirar por los mocos que ya se han instalado en su cuerpo apenas empezado el otoño y a los pocos días de volver al cole. Cuando llega al colegio, Macarena recibe con una sonrisa de par en par a sus hijas y les pregunta qué tal el día. Alicia y Carmen le piden ir al parque al lado del colegio para jugar con sus amigos. Macarena no querría, está cansada y había planeado estar en casa jugando con las niñas a manualidades y juegos de mesa, porque ir al parque es lo último que le apetece. Pero al final decide que puede ser una buena idea para que las niñas se desfoguen y ella pueda sentarse en un banco al aire libre, porque apenas ha visto el sol hoy. Acuerdan entre las tres que a las seis y media se irán a casa.
Llegan las seis y media y las niñas no quieren irse, le piden “un ratito más, mami”, “un poquito más”. Macarena decide dejarles hacer, aunque ella quiere irse ya a casa. A las  siete menos cuarto se repite la historia. Y a las siete, pero esta vez Macarena se pone firme, ya un poco desbordada: “Hay que hacer la cena, bañarse, cenar y estar tranquilitas un rato en casa, nos vamos ya”. Las niñas abandonan el parque protestando de manera muy enérgica. Cuando llegan a casa, todo es una lucha: no se quieren bañar, no quieren salir del baño, no quieren cenar lo que tienen en el plato, no se quieren ir a la cama. Macarena está agotada y les suelta: “Siempre queréis hacer lo que os da la gana y nunca me ayudáis. Con lo que yo me sacrifico por  vosotras…”. Las niñas sienten cierta culpa, la frase no les ha gustado nada, y no cambia mucho la situación. La mayor, Alicia, piensa: “¿Qué ha pasado aquí? ¿Le he pedido yo a mi madre algún sacrificio?”.
Qué pasaría si nos lo dijeran a nosotros
Imaginemos que tenemos una pareja que siempre accede a hacer nuestros planes y pocas veces propone un plan. Un día, nos propone ver una película que no nos gusta nada y le decimos que no. Y nos suelta: “Vaya, para una vez que me apetecía hacer algo… Con lo que me sacrifico por ti…”. ¿Cómo nos sentiríamos? Quizá un poco culpables, pero también pensaríamos que la frase es injusta porque ¿no tenemos derecho a decir que no a un plan que no nos gusta?, ¿qué culpa tenemos de que nuestra pareja acepte siempre nuestros planes y no proponga ninguno?, ¿por qué tiene que recurrir a esa frase tan desagradable para expresar sus necesidades?, ¿queremos que nuestra pareja sienta que se sacrifica por nosotros?
Antes de entender la maternidad como un sacrificio a nuestros hijos, como un desvivirse por ellos, deberíamos tener en cuenta estas palabras de Maite Vallet en su libro Educar a niños y niñas de 0 a 6 años: “Desvivirse” no ayuda a los hijos. Los hijos necesitan alguien lleno de vida que les enseñe a vivir. No alguien que renuncie a su propia vida por los hijos, y que les pase factura por haber dejado de vivir. Los padres que se desviven transmiten a sus hijos: “Yo no pude realizar mi proyecto de vida por ti, ahora te toca a ti prescindir del tuyo por mí”. Basar la vida en la renuncia y el sacrificio convierte al ser humano en un ser negativo y frustrado, un ser que se queja y culpabiliza”.
Macarena podría haber manifestado de forma asertiva cómo se sentía tras un día complicado. Tal vez podría tratar de conectar con sus hijas en lugar de quejarse . Habría sido buena idea quitarse de la cabeza la idea negativa que le ronda la cabeza de que no tendría que correr contrarreloj si no fuera por sus hijas. Seguramente las cosas habrían sido diferentes si les hubiera conseguido motivar para realizar las tareas en casa. Podría intentar negociar las actividades del día escuchando las necesidades de sus hijas sin negar las suyas. Tal vez debería plantearse buscar maneras de cuidarse para recargar pilas (y no pensara que si no se cuida no es culpa de sus hijas). Sería importante que tuviera en cuenta que sus hijas no le piden que se sacrifique. Probablemente si hubiera sido coherente con las consecuencias de las decisiones que tomaron entre las tres sobre la hora de irse al parque,  se habría reducido el conflicto.  Si hubiera buscado  alternativas, tal vez no habría tenido que recurrir a una frase que no ayuda a educar y que tiene cierto sabor a amargura y rencor. Dice Marisa Moya en esta entrevista, “para que los niños se porten bien no hay, antes, que hacerles sentir mal porque esto no es motivador. Los niños se portan mejor cuando se sienten bien y se sienten bien cuando sus sentimientos son escuchados y comprendidos”.

¿Quieres que tu hijo tenga “éxito”? Pues déjale explorar

Quizá por la incertidumbre hacia el futuro debido a la crisis, los padres y las madres están muy preocupados por preparar bien a sus hijos para un mundo muy dinámico y competitivo. Proliferan los padres y madres “helicóptero”, que diseñan la vida de sus hijos con cuidado, intervienen resolviendo todos los problemas y sobreprotegen. ¿Es esto bueno para la felicidad de nuestros hijos y para su éxito en la vida?

María y Luis tienen un hijo, Samuel, que tiene seis años. Desde que nació, sus padres se propusieron hacer que fuera feliz y se preparara para tener éxito en el mundo. Por eso, le han apuntado a muchas actividades extraescolares, le llevan a un colegio muy exigente, no tardan en intervenir al menor conflicto de Samuel con sus amigos o profesores… Un vistazo a la agenda de su hijo resulta estresante. Samuel apenas tiene tiempo, entre extraescolares, deberes y horas para practicar el piano, para jugar al aire libre. Samuel deja claro que no está contento, pero María y Luis insisten en que así se preparará para el futuro, tendrá éxito en el mercado laboral y tendrá la preparación necesaria incluso para ser un buen empresario. Les preocupa mucho el futuro que Samuel se va a encontrar y no quieren desperdiciar un minuto para prepararlo bien. Aparte del hecho incuestionable de que no están teniendo en cuenta los deseos y necesidades del niño, ¿es cierto que le están preparando bien? La respuesta, según
un artículo de Katina Stefanova en Forbes, es no.
Portada de la revista Time sobre padres sobreprotectores


Según Stefanova, los llamados padres y madres helicóptero, con su planificación exhaustiva y su tendencia a intervenir en la vida de sus hijos, en realidad “entorpecen las cualidades más necesarias para el espíritu emprendedor y para el éxito en la edad adulta: la capacidad de adaptación, la iniciativa y la creatividad”.

Para Stefanova, los padres deberíamos incorporar lecciones del mundo emprendedor para preparar a nuestros hijos para el futuro. Y propone las siguientes:

Centrarse en objetivos, y no en tareas, con nuestros hijos. Si los padres hacemos que los niños se conecten con lo que hacen por el objetivo que quieren alcanzar, promoveremos su independencia y el manejo de responsabilidades. La experta recomienda acordar los objetivos con nuestros hijos y dejarle campo para que decida y diseñe las tareas para alcanzar el objetivo.

Dejar que los niños elijan sus actividades. Para el éxito en la vida, uno debe estar apasionado por lo que hace. Si les dejamos elegir, nuestros hijos realizarán las actividades con pasión y será más probable que descubran su talento y se conviertan en los emprendedores de su propia vida.

Permitir que los hijos se equivoquen a menudo. Los errores, el fracaso, nos enseñan importantes lecciones y nos dan fuerza. La experta recomienda enseñar a los hijos que está bien fallar siempre que aprendamos de los errores y que esto nos impulsa a mejorar. Stefanova recuerda que jóvenes que no están acostumbrados a fallar se ahogan en un vaso de agua y son incapaces de levantarse tras una caída y reinventarse.

Poner a los niños en situaciones en las que necesiten adaptarse. Los padres y madres sobreprotectores buscan conservar un entorno seguro para que su hijo crezca tranquilo y sin sobresaltos. Pero el futuro va a ser muy dinámico y cambiante, de modo que es necesario saber adaptarse al continuo cambio que nuestros hijos vivirán en su entorno. La experta recomienda exponer de manera consciente a nuestros hijos a situaciones a las que deban adaptarse, como viajes al extranjero, campamentos o incluso tiempo de juego libre. Stefanova considera que, por su estresante vida de actividades que “les preparan para el futuro”, muchos niños llegan a la juventud “exprimidos” y sin haber experimentado con su creatividad. Por lo tanto, propone dejar que nuestros hijos exploren más y hagan menos.

Y concluye: “El espíritu emprendedor no se centra en sobrevivir, sino en crecer enfrentándose a retos. Si damos espacio a nuestros hijos para que experimenten y aprendan como emprendedores mientras les guiamos, queremos y apoyamos, es más probable que crezcan como una nueva generación mejor preparada para vivir vidas completas y satisfactorias”. Y, añadimos, más humanas.