Durante siglos, la riqueza de las naciones
dependía de sus materias primas, su producción agrícola e industrial o su
potencia financiera. Pero ya no es así
En
una conferencia dada en la Universidad de Harvard en 1943, Winston Churchill afirmó
que “los
imperios del futuro serán imperios de la inteligencia”.
Durante siglos, la riqueza de las naciones dependía de sus materias primas, su
producción agrícola e industrial, su población, o su potencia financiera. La
situación ha cambiado, porque en una economía basada en el conocimiento y
en la alta tecnología, el talento se ha convertido en la mayor fuente de
riqueza.
A
finales de los noventa, tres expertos de la consultora McKinsey –Ed Michaels, Helen
Handfield-Jones y Beth Axelrod–
publicaron The
War for Talent, advirtiendo que el talento es un bien
escaso y que iba a comenzar una feroz competición por atraerlo. Esto ha
provocado todo tipo de excesos, hasta tal punto que el último número
de la Harvard
Business Review incluye un artículo titulado “Auge (y
posible caída) de la economía del talento”, en el que Roger L. Martin,
decano durante mucho tiempo de la Rotman School de la Universidad de Toronto,
se queja de que se esté pagando demasiado a los “ejecutivos con talento”.
Mi amigo Juan Carlos Cubeiro,
que conoce bien el tema porque ha publicado un interesante libro titulado Del capitalismo al
talentismo, comenta en su blog: “Martin nos recuerda que
hace apenas 50 años el 72% de las 50 mayores compañías de EEUU por capitalización
de mercado explotaban recursos naturales (carbón, hierro, hidrocarburos). En
1960, solo el 16% de los profesionales eran “clase creativa” (por utilizar un
término de mi amigo
Richard Florida, profesor de Rotman). Hoy son más
del doble, el 33%. Más de la mitad de las top 50 están
basadas en el talento; entre ellas, tres de las cuatro primeras: Apple,
Microsoft y Google (la otra es ExxonMobile). Tal es la revolución en la gestión
del talento.

“En los 70, los consejeros delegados
ganaban menos de 1 millón de dólares. Desde mediados de los 80, el 1% de los
mejor pagados se ha llevado el 30% del incremento de PIB. Nuestro sistema
actual de recompensar el talento no solo no crea valor para el total de la
sociedad, sino que ha hecho la economía más volátil”.
Para
poder hablar rigurosamente de talento, sin convertir la palabra en un mantra
vacío o en la guinda de todo pastel retórico, primero tenemos que
definirlo y medirlo. Comentando la importancia de la guerra por el talento, The Economist
resaltaba que lo importante no es definir el talento, sino saber gestionarlo.
Señalaba como sinónimos “brainpower”,
y “trabajadores del conocimiento”.
Tanta
vaguedad no me convence. Por ello, he definido el talento como la inteligencia en
acción. Una persona puede ser muy inteligente, pero
ser incapaz de aprovechar esa capacidad, por falta de energía, tenacidad, valor
o claridad en las metas. Talento es la efectiva puesta en práctica de la
capacidad de enfrentarnos con los problemas, de inventar proyectos social y
económicamente valiosos, y de movilizar los sentimientos, gestionar las
emociones y ejercer las funciones ejecutivas necesarias para realizarlos.
Es,
pues, la “successful
intelligence”, una mezcla de destrezas cognitivas y no
cognitivas, de historia y creatividad, de razonamiento y coraje. Como señaló el
viejo Baltasar Gracián, “de nada vale que la inteligencia se adelante, si el
corazón se queda”.
Podemos
hablar de talento individual, de talento de las organizaciones y también de
talento de las naciones. En la web Ciudades con talento pueden
encontrar las investigaciones que he hecho sobre este asunto. Una
organización o comunidad con talento es aquella en la que un grupo de personas
que tal vez no sean extraordinarias, pero que, por el hecho de colaborar de
determinada manera, puede alcanzar resultados extraordinarios. Ese plus es el
que me interesaba investigar.
El
origen del talento
Pero
en este artículo quiero hablar del talento de las naciones. ¿Cómo anda España
de talento? Para contestar a esta pregunta necesitamos contar con algún
instrumento de medición. El que me parece más completo es el utilizado en The Global Talent
Report Competitiveness Index, elaborado por tres
importantes instituciones, INSEAD, el Human Capital Leaderships Institute de
Singapur, y Adecco Group. Tiene en cuenta el marco legal, la educación formal,
la educación a lo largo de la vida, la sostenibilidad, el estilo de vida, etc.
En
una relación de 103 países, España ocupa el puesto 35. No se puede decir
que sea un lugar muy honroso. Otros índices
corroboran esta posición mediocre. En el SHL Talent Report,
España no está entre las veinticinco primeras por su dominio de las habilidades
básicas para el siglo XXI. En The Global Talent Report: The Outlook
to 2015, escrito por Economist Intelligence Unit, y
publicado por Heidrick & Struggles, España ocupa el lugar 21 y se prevé que
el próximo año esté en el 22. Clasificaciones obtenidas con metodología
diferentes muestran una apreciable coherencia.
James Heckman y Eric A. Hanushek
demostraron que la educación es la riqueza de un país.
Lo que me resulta más interesante es la relación entre el
talento de una nación y la calidad de su educación.
En los informes PISA, España ocupa el puesto 33 de un conjunto de 65 países.
Esto nos permite hacer un silogismo trascendente para nuestro futuro. El
talento es la fuente de riqueza en nuestro siglo. La educación es la generadora
de talento, luego la educación es la gran generadora de la riqueza de una
nación. Los trabajos del premio Nobel de Economía James Heckman
y del economista Eric
Hanusheck lo corroboran. Ambos han demostrado la
correlación entre calidad educativa y crecimiento económico.
Esta
relación es posible porque el talento no es previo, sino posterior a la
educación. El cerebro del niño es un maravilloso mecanismo de aprendizaje que
en diez o doce años, con una prodigiosa rapidez, asimila recursos que la
humanidad tardó cientos de miles de años en inventar: el lenguaje, la
regulación de las emociones, el control de la conducta, la posibilidad de
convivir en grandes grupos.
Todos
los sistemas educativos, Gobiernos, empresas, están intentando desarrollar
procedimientos para la generación de talento. Manpower Group lleva varios años
realizando una Encuesta
mundial sobre la escasez de talento. La última revela
que la escasez de talento es un problema que afecta a muchas naciones, en
especial a Japón y Brasil. De los 38.618 empleadores que participaron de la
encuesta de 2013, más de uno entre tres reportaron dificultades para cubrir
puestos de trabajo como resultado de la falta de candidatos adecuados; el 35%
que reconoce la escasez representa la mayor proporción desde 2007, justo antes
de la recesión global. En España, Manpower Group, en colaboración con varias
grandes empresas españolas, ha creado el Human Age Institute para el estudio y
desarrollo del talento.
Estas
mediciones del talento se hacen en relación con la economía. Pero podríamos
hacerlas también refiriéndonos a la inteligencia política o ética. Una sociedad
con índices de corrupción y de ineficiencia como la nuestra, o que se
empeña en crear problemas donde no debería haberlos, no puede tener talento. Ni
tampoco una sociedad que despilfarra a sus talentos jóvenes, obligándolos a emigrar.
Pero de todo esto les hablaré otro día.