Para acojonarse, estas
noticias sí que deberían ser portada en los telediarios y no las mariconadas y
paridas que nos sueltan todos los días, sobre todo ahora en verano. Os dejo el
reportaje que cogí del diario El Mundo. Si así están los padres, imaginar lo
que puede pasar con los hijos y por consiguiente con nuestra sociedad y nuestro
futuro.
Ni la crisis nos ha
vuelto más listos ni los adultos que perdieron su trabajo durante estos años de
restricciones han aprovechado para mejorar su formación. Al contrario, los
parados de 25 a 64 años se forman ahora algo menos que antes de que todo
estallara. Si en 2007 la tasa de participación en estudios o formación era del
14,6% para este colectivo, en 2013 fue del 13,6%. En otras palabras, el 86% de
los desempleados que superan los veintitantos en España no se estaba formando.
Lo dice una
investigación del profesor de Economía de la Universidad de Oviedo Florentino
Felgueroso, que analiza el paisaje educativo que ha quedado tras la batalla de
la recesión. Los datos de 2014 que ha obtenido buscando en Eurostat son
preocupantes: el 43% de la población de entre 25 y 64 años tiene un bajo nivel
educativo. Es decir, casi la mitad de los adultos que viven en España presenta
unos conocimientos equivalentes o inferiores a los del último curso de la ESO
(que se suele acabar con 16 años). Sólo países como Portugal y Malta están peor
que nosotros. Duplicamos la media de la UE.
El trabajo de este
investigador de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) forma
parte de un compendio de análisis sobre educación realizados por economistas
que ha dirigido la Fundación Europea Sociedad y Educación y ha patrocinado la
Fundación Ramón Areces. Y nos habla del drama de personas con una cierta edad
que tienen baja cualificación y cada vez menos posibilidades de encontrar
empleo. La realidad de otra generación, la de los jóvenes de entre 18 y 24
años, es distinta. En la década pasada dejaron de estudiar para irse a trabajar
a la construcción o a la hostelería y durante la crisis retomaron los estudios
al quedarse sin empleo, reduciéndose así en estos últimos años el índice de
abandono escolar temprano que tiene España (aún muy elevado en relación a la
UE).
Pero sus hermanos
mayores, sus padres y sus abuelos no se forman igual. Entre 2007 y 2013, la
tasa de participación en la educación y formación se ha mantenido más o menos
estable en torno al 11%. El objetivo de la CE para 2020 es que sea del 15%. En
Dinamarca llega hasta el 30%. En el grupo de los parados, en estos años de
crisis ha subido la educación reglada y ha bajado la formación no reglada. En
resumen, si en 2007 la tasa de participación en la enseñanza era del 14,6%, en
2013 fue del 13,6%, un punto por debajo. Los datos proceden de la Encuesta de
Población Activa (EPA) e indican que, en las últimas cuatro semanas antes de la
entrevista, el 86% de los entrevistados no se estaba formando ni educando.
¿Por qué no se han formado los parados? Felgueroso cree que no es porque no hayan querido, sino más bien porque no han podido. «Puede deberse a los recortes tan sustanciales en la financiación de cursos de formación para el empleo, en especial desde el año 2011», señala. Entre este año y 2014, el presupuesto ha caído un 34%. Otros factores que, en su opinión, pueden explicar que la mayoría de los parados españoles no acuda a la enseñanza son la escasa cultura de formación más allá de la etapa obligatoria que tenemos en España y que no tengan dinero suficiente para emplearlo en cursos. «La educación es costosa. Si no disponemos de renta es más difícil acceder a ella», opina Felgueroso.
«Los que más
necesitan formación, que son los que tienen menos nivel educativo, son los que
menos lo hacen. Se forman más los licenciados o ingenieros.Esto es así en todos
los países, pero las diferencias en España son más grandes», apunta.
Felgueroso dice que
«España no dispone de programas orientados a proveer a nuestros adultos de
competencias educativas básicas más allá de la vuelta a la escuela», a
diferencia de lo que ocurre en la UE. Las comunidades autónomas ofrecen algunos
programas, pero se echa en falta, en su opinión, «un plan integral nacional»
que no implique volver a la enseñanza oficial reglada.
Además, mientras que en otros países el dinero va directamente a los
participantes en los cursos, en España se envía a los centros de formación.
Felgueroso sostiene que, si las ayudas las recibieran los individuos mediante
cheques o bonos -como pretende el Gobierno-, «podrían elegir y presionar sobre
las empresas para que pudieran hacerlo mejor».
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