El
cerebro es un tacaño cognitivo: procura resolver los problemas con el menor
esfuerzo posible. Por eso, automatiza todos los procesos que puede. Llevar la
información en el bolsillo facilita ese ahorro
Este va a ser un
artículo autobiográfico. Por ello me anticipo a pedirles disculpas. Desde hace
años trabajo en un proyecto que me gustaría explicarles sin parecer megalómano, pero no puedo hacerlo, porque
el proyecto lo es. Creo que necesitamos elaborar una “superciencia” que trate
de la educación, pero en un sentido muy poco escolar.
Suele definirse al ser
humano como “animal racional”,
cosa harto discutible, pero una definición más acertada sería “animal que educa a sus crías”. Etimológicamente
“e-ducación” significa “sacar fuera”, es decir, desarrollar lo que estaba en
germen. Pero la rapidez con que aparecen novedades tecnológicas que afectan a
nuestra manera de pensar o de relacionarnos nos obliga a pensar en cómo
adaptarnos a ese entorno acelerado.
La nueva ciencia
podría llamarse “pro-ducación”, y
se encargaría de estudiar cómo dirigir la evolución de la inteligencia humana.
Las tecnología de la información –el acceso inmediato a redes cada vez más
tupidas, los potentísimos motores de búsqueda, la posibilidad de que los
ordenadores piensen por nosotros, la eficiencia de modos colaborativos de
pensar (como la Wikipedia)...– están cambiando el modo de utilizar nuestro
cerebro. Aparecen mensajes alarmistas. Nicholas
Carr ya lo advirtió en su libro Superficiales.
¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?
Recientemente, cuatro
profesores de la Universidad de Waterloo, en Ontario, han publicado un estudio
titulado The brain in your pocket: Evidence
that smartphones are used to supplant thinking (por Nathaniel Barr, Gordon Pennycook, Jennifer A.
Stolz, Jonathan A. Fugelsang). Afirman que las fantásticas
posibilidades de los teléfonos inteligentes están fomentando la pereza
hacia el pensamiento analítico, y el desinterés por las búsquedas en la propia
memoria. Además, parece confirmarse que el uso de esos teléfonos
correlaciona negativamente con los resultados académicos.
Empieza a extenderse la idea de “¿para qué voy a aprenderlo si lo
puedo buscar?”. Desde otro punto de vista, Sherry
Turkle, en su último libro,
Alone Together, ha estudiado con particular
atención a los adolescentes. Estos, dice, se esconden tras una pantalla y no
saben relacionarse. “Psicológicamente es fundamental aprender a conversar, a
negociar, a sentir empatía, a pedir perdón. Hemos criado una generación que no
es capaz de pedir perdón. No es lo mismo pelearte con un amigo y enviarle un
SMS o un mensaje en Facebook y seguir con tus cosas que sentarte frente a él,
sudar, sufrir y decir: ‘Lo siento’. A su vez, quien lo escucha también siente,
y perdona, o se enfada, pero siente. Es doloroso y complicado, pero es
fundamental. Es la manera en la que aprendemos a
construir relaciones humanas”. Sherry Turkle es investigadora del MIT, lo cual
es relevante porque es el mayor centro de innovación tecnológica del mundo.
Un tacaño cognitivo
¿Debemos preocuparnos por estos fenómenos? Esta es una pregunta
que la ciencia de la pro-ducación debe responder. La invención de
nuevas herramientas mentales ha cambiado para siempre el funcionamiento del
cerebro. Como ha mostrado Feggy Ostrosky-Solís, aprender
a leer configura poderosamente el sistema
neuronal. En el Fedro de
Platón se atribuyen a la lectura
peligros semejantes a los que ahora se achacan a los ordenadores: "Quienes
se basen en la lectura para su conocimiento parecerá que saben mucho, pero la
mayoría no sabrán nada”.
Los neurólogos saben que el cerebro es cognitive
miser, un tacaño cognitivo. Procura resolver los
problemas con el menor esfuerzo posible. Por eso, entre otras cosas, automatiza
todos los procesos que puede. Así gasta menos energía. Llevar la
información en el bolsillo también facilita ese ahorro. De la misma manera
que, a pesar de los temores, el libro no eliminó el pensamiento humano,
sino que lo potenció, lo importante es saber utilizar inteligentemente las
máquinas inteligentes.
Hay muchas iniciativas en este terreno, por ejemplo la Universidad
de la Singularidad, fundada por Kurzweil. Piensa
que “estamos a las puertas de una evolución tecnológica tan rápida y profunda
que significará una ruptura en el tejido de la historia de la humanidad. En
apenas 15 años podremos conectar nuestro cerebro a un cerebro externo híbrido
de tecnología y biología que será nuestro cerebro dominante”. Que lo diga
un reconocido tecnólogo, que además es director de investigación de
Google, debe hacernos meditar. Todas las grandes compañías de tecnologías de la
información están elaborando planes
educativos, convencidas de que la educación en
sentido amplio va a ser el próximo negocio del trillón de dólares.
El mismo cerebro puede indicarnos la solución. Nuestra
inteligencia trabaja en dos niveles. Uno de ellos capta, almacena, elabora información
de manera automática, fuera del nivel de la conciencia. El otro nivel,
específicamente humano, se encarga de gestionar ejecutivamente al otro. Hace
planes, evalúa, configura el nivel inferior. En este nivel radica la
posibilidad de actuar libremente. Pues bien, en este momento, esa inteligencia
ejecutiva de superior nivel tiene que gestionar dos memorias: la contenida
en el cerebro y la contenida en el ordenador que, cada vez con mayor urgencia,
cada persona tendrá que configurar a su manera. Lo importante es que el sujeto
humano mantenga como exclusiva el control y la dirección de su acción.
Necesitará aprender lo que sea necesario para conseguirlo. Por ejemplo, el
pensamiento crítico. Nos encontramos con la sorpresa de que la función distintiva
de la inteligencia humana es la voluntad.
Espero que ahora comprenderán un poco más mi interés por completar la
ciencia de la e-ducación, con esa nueva ciencia de la pro-ducación, que
forzosamente tiene que ser una ciencia de vanguardia.
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