Cada vez más
padres y madres deciden que sus hijos practiquen algún deporte, ya que conlleva
muchos beneficios: favorece las relaciones sociales y el respeto a las normas,
genera estados de ánimo positivos, combate la temida obesidad infantil, etc.
Pero la mayoría de estos beneficios no se generan de forma automática con la
simple práctica deportiva; requieren que se facilite su promoción y desarrollo.
Para ello, es importante contar con personas
cualificadas que tengan los conocimientos y habilidades necesarias para ello.
Es, en este punto, donde comienza el papel de los padres en el deporte
realizado por sus hijos/as. La elección del centro deportivo es una decisión
que no se ha de tomar a la ligera ya que, aspectos como la filosofía del
centro, los objetivos marcados, la metodología usada o el estilo de los
entrenadores tienen un peso importante en la continuidad o abandono del deporte
por parte de los jóvenes.
Pero la misión de los padres en el deporte no se queda
sólo ahí. Es necesario que sean conscientes de que, junto al entrenador,
suponen un referente para el deportista a lo largo de su etapa formativa. Cómo
valoren el deporte, cómo reaccionen en las competiciones, qué comentarios hagan
sobre la actuación de sus hijos y/o compañeros,… son cuestiones que
afectan en gran medida al deportista. Por tal motivo, es necesario que los
padres tomen conciencia de la influencia de sus actitudes y comportamientos en
el deporte de sus hijos y se esfuercen en conseguir que dicha influencia sea lo
más positiva posible.
En ese sentido, es conveniente que los padres se
involucren en la actividad deportiva de sus hijos, acompañándoles a las
competiciones y atendiendo a sus actuaciones; y si no pueden, interesándose por
cómo les ha ido o cómo se lo han pasado. En general, los niños valoran mucho su
deporte, hasta tal punto que suele formar parte de la descripción que hacen de
sí mismos (e.g., su autoconcepto). Si los padres valoran esa actividad
positivamente, estarán favoreciendo el aumento de la autoestima de sus hijos
(valoración que hacen de sí mismos). No obstante, como casi todo en la vida, el
nivel de implicación ha de ser medio, ya que un exceso puede conllevar
problemas de saturación o presión para el deportista. Así, los niños, cuyos
padres están continuamente hablando de su deporte, analizando posibles rivales,
haciendo regalos de cosas deportivas… en definitiva, centrando su vida en el
deporte, pueden sentirse presionados, llegando incluso a abandonar la práctica
deportiva.
También es importante recordar que los padres son modelos
de comportamiento para sus hijos. De hecho, la imitación es una de las formas
de aprendizaje más utilizadas y se aprende a edades muy tempranas, por lo que
sería positivo que los padres usaran esta herramienta para transmitir a sus
hijos valores como el compañerismo, el juego limpio, el afán de superación,
etc. Si un niño ve, por ejemplo, que sus padres no hacen ningún gesto ni
comentario sobre el árbitro, aprenderá que no debe hacerse (a este respecto, el
entrenador también juega un papel fundamental). En cambio, si ese mismo niño ve
que sus padres se quejan de que un compañero es excesivamente “chupón”, el niño
también lo hará, por lo que le pasará menos el balón, generando un mal clima
dentro del equipo. Por tanto, si queremos que nuestros hijos aprendan ciertos
valores será necesario mostrárselos en primera persona; dejando para otros el “haz lo que digo, no lo que hago”.
Otra cuestión relevante para los padres es favorecer
una adecuada regulación emocional de sus hijos/as y el deporte es un contexto
muy bueno para ello, ya que ofrece muchas situaciones de alta intensidad
emocional (e.g., victorias, derrotas). Cuando los niños son pequeños no saben
cómo afrontar esas situaciones, así podemos encontrarnos con niños que no saben
cómo lo han hecho en la competición y en cambio, otros que se ponen a llorar
porque han perdido.
Es
conveniente que los padres se involucren en la actividad deportiva de sus
hijos, acompañándoles a las competiciones y atendiendo a sus actuaciones.
En función de cómo reaccionen los padres, estos niños
aprenderán a interpretar esas situaciones y afrontarlas de una manera u otra. A
este respecto, una de las misiones de los padres es animar a sus hijos cuando
la competición no ha ido bien, pero cuidado, porque a veces por no querer
hacerles daño se atribuyen los “fracasos” a factores externos como por ejemplo,
la suerte, las condiciones climatológicas, las decisiones arbitrales, etc.
Todos estos aspectos están fuera del control del niño, y si esta explicación se
da repetidamente, el niño relacionará malos resultados con factores externos a
él, por tanto, interpretará que los resultados no dependen de su actuación y en
consecuencia, se esforzará menos (i.e., “haga
lo que haga da igual, no depende de mí”).
Para evitar este fenómeno denominado indefensión aprendida es conveniente que
los padres enseñen a sus hijos a responsabilizarse de sus actuaciones, tanto
positivas como negativas, de tal manera que el niño aprenda que con esfuerzo y
trabajo está aumentando sus posibilidades de obtener un buen resultado. Por
tanto, si el niño/a no ha tenido una buena actuación podríamos decirle: “no
pasa nada, el próximo día irá mejor”.
En la misma línea, y recordando que los niños imitan a
sus padres, es conveniente que éstos se centren en las actuaciones y no en los
resultados. Las actuaciones están bajo el control de uno mismo, es decir,
ejecutar un gesto técnico como, por ejemplo, hacer un saque en tenis, un tiro
libre en baloncesto o un penalti en fútbol, depende única y exclusivamente del
deportista; en cambio, la victoria o derrota no depende completamente de él,
también influye cómo actúe el adversario. Así, un equipo puede haber jugado muy
bien pero perder un partido, porque el rival ha sido superior.
Cuando los deportistas se centran en la ejecución
mejoran su motivación ya que establecen un objetivo controlable, es decir, la
realización de un gesto técnico será mejor o peor en función del esfuerzo
realizado. Cuanto más se entrene, mejor será la ejecución. E igualmente mejora
el nivel de confianza en uno mismo. Si el deportista entrena mucho, tendrá más
probabilidades de hacerlo bien en la competición, de tal manera que si le preguntáramos
cómo cree que lo hará en la competición seguramente diga que lo hará mejor que
un deportista que haya entrenado menos. Es decir, tendrá más confianza en sus
posibilidades. Por tanto, si queremos que un deportista tenga un mejor nivel de
autoconfianza tendremos que dirigir su atención a su ejecución.
Hay más
aspectos que se podrían tratar, pero quizás estos sean los más relevantes que
han de tener en cuenta aquellos padres que quieren aportar su granito de arena
en el desarrollo integral de sus hijos a través del deporte.
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