Pero nada relacionado con los perro flauta o Hare Krishna occidentalizados, hablamos de verdadera meditación. Aquellos que alguna vez han practicado el Yoga, el Hatha, el Bhakti, el Ashtanga viniasa, el Kriyá o el Kundaliní sabrán de lo que hablo.
Bueno,
al grano, este verano me he encontrado con un artículo que comentaba de su
introducción en los colegios, aplicándolo principalmente a los niños.
Desde aquí, animo a la
directora del Winston Churchill (manda cojones de nombre para un colegio
público español) a que se plantee la introducción de dichas técnicas y ayude al
profesorado a aplicarlas en las aulas. Verá como ahorra un dinerito en papel de
partes e informes. O puede sustituir las horas en las que ponen películas (a
las que todavía no he encontrado sentido) para otras cosas más eficaces.
Que os aproveche, que
la lectura seguro que os vale la pena.
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Cuando los alumnos de
3º de Infantil del colegio público Ramiro Soláns de Zaragoza regresan del
recreo, se sientan en el suelo del aula formando un círculo. Adoptan la postura
del loto, cierran los ojos, respiran hondo y elevan las palmas de las manos al
estilo hindú mientras cantan un mantra que dice: «Sa, re, sa, sa. Sa, re, sa,
sa». Suena el sitar. En la pizarra digital, una flor abre y cierra sus pétalos
desde YouTube. Nazaret, Rayan y Emilia tienen sólo cinco años, pero mantienen
la concentración como yoguis experimentados.- ¿A qué nos está ayudando esta canción? -La maestra, Noelia Pes, les pregunta con voz muy suave.
- A estar tranquilos y relajados -responde la pequeña Ainara.
- ¿Y, si estamos relajados, qué podemos hacer?
- Trabajar bien, estar calladitos, portarnos bien con la profe y con todos los demás, no pegar.
En esta escuela del humilde barrio de Oliver, todos y cada uno de los 200 niños practican mindfulness con los profesores durante 15 minutos cada día después de subir del patio. Llevan tres cursos utilizando esta herramienta que tiene su origen en la meditación budista, pero sin sus connotaciones religiosas. El mindfulness o atención plena va de tomar consciencia del tiempo presente, atendiendo a pensamientos, emociones y sensaciones corporales con una actitud de curiosidad, interés y aceptación. Sin juzgar. Disfrutando del aquí y ahora. Aceptando la realidad tal cual es.
Entre los adultos
existe todo un boom en torno a esta práctica popularizada en Occidente por el
médico Jon Kabat-Zinn, de la Universidad de Massachusetts, que en 1978 comenzó
a aplicarla a pacientes con estrés crónico. Estudios científicos aseguran que
los meditadores tienen mayor densidad neuronal, son más felices y menos
propensos a sufrir depresión. Empresas como Google dan formación específica a
sus empleados y hasta el director de cine David Lynch ha creado una fundación
dedicada a la meditación.
Desde hace unos pocos
años, el mindfulness también se pone en práctica
en algunos colegios e institutos españoles, tanto públicos como privados. El
Gobierno de Canarias ha sido pionero al implantar por primera vez este curso
una asignatura obligatoria y evaluable que se llama Educación Emocional y que
incluye un poco de mindfulness en
el plan de estudios. Se da de forma integral en el instituto Arico y en el
colegio público San Andrés, en Tenerife, y en el colegio Ciudad del Campo, en
Gran Canaria.
En otras autonomías
hay iniciativas como el Programa Aulas Felices en Aragón, el Programa Treva en
Cataluña o Escuelas Conscientes en la Comunidad Valenciana. En Madrid, se han
impartido talleres en algunos colegios públicos y está presente en centros
privados que utilizan pedagogías alternativas. Hay también un par de escuelas
rurales en Navarra que lo siguen.
Pero su grado de
expansión en España es aún muy reducido. Los expertos calculan que se imparte
de forma sistematizada en unos 200 centros públicos, lo que viene a suponer en
torno al 1% del total. Aún estamos lejos de la expansión que ha experimentado
el mindfulness en EEUU, en Holanda o Australia, donde el Gobierno quiere
incluirlo en el currículo escolar para 2020.
En el colegio Ramiro
Soláns de Zaragoza no forma parte del currículo, pero sí se ha introducido
dentro de la jornada lectiva. Los 20 tutores han recibido formación específica
y hasta hay madres y padres que lo practican en un centro en el que el 60% de
las familias son de etnia gitana y el 35%, de origen inmigrante.

Llorente muestra unas gráficas que indican que, si en el curso 2006/2007, un 30% de los críos presentaba problemas de conflictividad, en 2013/2014 el porcentaje ha caído hasta el 7%. El absentismo escolar se ha reducido en un 70%. Y la proporción de alumnos que pasa al instituto con todas las asignaturas aprobadas ha crecido del 5% al 70%.
«Los niños dicen que
se sienten más a gusto y que, después de esta actividad, están más tranquilos
para realizar el trabajo. El momento de la relajación se ha convertido en un
momento de placidez y de mirarse a sí mismos. Aprenden a respetar al otro. Les
ayuda a tomar los aspectos positivos del silencio y de la paz. Algunos
trasladan lo aprendido a sus casas, y también a su vida», enumera Llorente.
Su colegio sigue el
Programa Aulas Felices, un método basado en la psicología positiva que mezcla
el mindfulness con la educación en las
fortalezas de Peterson y Seligman. Su creador, el maestro de Pedagogía
Terapéutica Ricardo Arguís, ha hecho una recopilación de la literatura
científica existente acerca de los efectos cognitivos sociales y psicológicos
que tiene el mindfulness en el alumnado de
Primaria y Secundaria. Lo que dicen las investigaciones, en síntesis, es que
los estudiantes mejoran su concentración y su atención; regulan sus emociones;
disminuyen la ansiedad, el estrés y la fatiga; refuerzan su autoestima y sus
habilidades sociales; potencian la empatía, y adquieren mayores destrezas
académicas.
«El mindfulness se puede aplicar en cualquier situación, en
momentos en que se exige concentración o cuando hay un conflicto en clase. Con
ejercicios cortos es suficiente», expresa Arguís. «Si logramos que los niños,
desde edades tempranas, aprendan a vivir de un modo más consciente, estaremos
educando a personas libres y responsables, más capaces de ser dueñas de su
propia vida y de ser felices».
Comparte su opinión
Ausiàs Cebolla, profesor del Departamento de Psicología Básica, Clínica y
Psicobiología de la Universidad Jaume I de Castellón e investigador en mindfulness en España. «Es una herramienta muy potente para
que los niños empiecen a tomar consciencia de lo que les pasa. Ayuda a regular
las emociones y a entrenar la atención. Una profesora me contó que hacía cinco
minutos de mindfulness antes de empezar la clase.
En una ocasión faltó al colegio y los niños, que ya habían cogido el hábito,
tenían tantas ganas de hacerlo que se organizaron para que la meditación la
dirigiera ese día una de las alumnas».
Pero, ¿por qué
necesitan meditar los niños? ¿Tan estresados están? «Han cambiado mucho las
expectativas que tienen los padres en relación a sus hijos. Valoran más que
saquen buenas notas que el hecho de que aprendan a frustrarse, a resolver un
conflicto o a saber disfrutar de lo que están haciendo. Los críos están
hiperestimulados y estresados, son un reflejo de los padres. Estamos viendo que
en las aulas se muestran muy inquietos y desmontan la clase. Hay que hacer
cambios para que todos estemos mejor. Es importante introducir momentos de
parada, enseñar a que se puede estar en silencio sin hacer nada», responde
Marta Lasala, maestra logopeda que da clase en dos colegios públicos rurales de
Navarra (San Veremundo, en Villatuerta, y San Salvador, en Oteiza) en los que
se hace mindfulness.
Existe la opinión
bastante extendida entre docentes y padres de que los niños de hoy en día, con
tantos móviles y vídeojuegos, están expuestos a miles de estímulos que alteran
su concentración. Tienen demasiada información y no aciertan a procesarla bien.
Muchos son chicos multitarea que hacen varias cosas a la vez: desayunan
mientras ven la tele; se lavan los dientes mientras chatean con sus amigos. Les
falta disfrutar sin más del momento presente.
¿Y cómo se hace? El mindfulness es meditación, pero también más cosas. En el
colegio Ramiro Soláns, por ejemplo, los niños se dan masajes por turnos para
relajarse y para «aprender a respetar al otro». También llaman al guerrero: el
alumno se pone las manos en la tripa y sopla fuerte hacia fuera, con los ojos cerrados.
Así expulsa la rabia y es consciente de ella.
Está también el
famoso saboreo, la actividad de mindfulness que
más les gusta a los niños. La profesora Amparo Jiménez reparte monedas de
chocolate en la clase de 4º de Primaria. Se trata de descubrir la textura, el
olor y el sabor del dulce y no pensar en otra cosa más que en las sensaciones
que transmite. Primero tocan la moneda con los ojos cerrados, aprecian la forma
y la rugosidad del envoltorio. Después la huelen, se la acercan a la boca,
retrasan el momento de probarla... Se concentran en lo que están haciendo.
Mordisquean un trozo y notan cómo se va volviendo más blando. El proceso puede
durar una eternidad: cinco minutos. Cuando la música cesa, estos niños de 10
años hablan de lo que han sentido. «Habéis comido chocolate miles de veces,
pero ¿a que no habíais sido conscientes antes del sabor que tenía?», les
pregunta la maestra.
Todos los alumnos
coinciden en que es el mejor chocolate que han probado en su vida.
Leandro y el guijarro
en el bolsillo
El monje vietnamita
Thich Nhat Hangh proponía a los niños ir siempre con un guijarro en el bolsillo
que debían sacar y sostener en la mano cada vez que algo les hiciera infelices.
Leandro (nueve años) lleva siempre un pequeño lápiz al que ha sacado punta mil
veces. Es hiperactivo y su contacto le relaja. «Soy un niño muy nervioso. No me
puedo centrar, me cuesta un montón. Siempre que estoy nervioso intento coger
algo para tranquilizarme. Si no tengo nada, no me puedo controlar. Con la
relajación me tranquilizo». La familia de Leandro está muy agradecida al mindfulness. Como Teresa , otra madre del colegio Ramiro
Soláns de Zaragoza, que estaba preocupada porque su hijo Iker (cinco años) se
guardaba dentro todas sus emociones. Iker empezó a llevar un pequeño Mickey
Mouse, su guijarro budista, que cogía y daba vueltas cada vez que se enfadaba.
«Ahora Iker ya no necesita su guijarro. No sufre tanto. Su forma de ser ha
cambiado muchísimo. Se ha vuelto supercariñoso y no para de darme besos y
abrazos», cuenta su madre. Lo mismo le ha pasado a Emilio (10 años), que era un
niño muy impulsivo. Sus profesores siempre le decían: «Emilio, para y piensa».
«Con la relajación, los alumnos paran y piensan. En los momentos difíciles, se
acuerdan de la relajación y de forma automática les surge pararse y pensar»,
explica Amparo Jiménez, la maestra de 4º de Primaria. Acaba de ponerles a los
críos una reproducción de la Niña en la playa de Sorolla, acompañada de música
relajante de olas, para que se paren y piensen lo que les sugiere el cuadro.
«Me he sentido genial, imaginé que estaba con mi madre y mi abuela», dice
Leandro. Su compañera Coraima siente otra cosa: «La música del mar me
tranquiliza porque pienso en estar sola y sin nadie alrededor». Coraima está
poco acostumbrada a la soledad: en su casa son cinco hermanos.
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